25/1/14

LAS MAXIMAS MINIMAS DE DA JANDRA

A pesar de su título, Mínimas (Avispero y Almadía, noviembre de 2013) de Leonardo Da Jandra, es un libro de aforismos compuesto de máximas filosóficas. Da Jandra usó ese título para evitar la soberbia, que crítica arduamente.

No son aforismos literarios típicos —ironía, estilo y ocurrencia— sino impresiones categóricas, sentencias acerca de lo que él cree vigorosamente.

A Da Jandra se le conoce por sus novelas y por sus libros de ensayo de vehemencia filosófica. Pero no se le conoce lo suficiente: sus libros escapan a la tradición literaria en boga y se insertan en otro espacio.

Podría decirse que sus aforismos asemejan a los de José Gaos (y no a los de Torri o Díaz Dufoo Jr.) pero sería inexacto. Mínimas pertenecen a la existencia de Da Jandra.

Da Jandra es un pensador religioso, cósmico, el tono condenatorio, iracundo, de una parte de sus aforismos (o mejor: apotegmas) se debe al aliento profético desde el cual Da Jandra escribe.

Cuando se lee este libro y se conoce personalmente a Da Jandra, es inevitable escucharlo hablar, decir, estos aforismos. El lector curioso debe saber que así piensa y habla Da Jandra en su vida cotidiana.

Si uno convive con Da Jandra escuchará todas estas ideas. Es uno de los pocos casos de escritores mexicanos cuya obra y vida están unidas al pie de la letra.

Da Jandra, por cierto, abomina la actual literatura mexicana. Tiene razón en hacerlo. Uno de los fracasos espirituales mexicanos más lamentables es la literatura actual que tenemos: una literatura entregada a las fuerzas dominantes y escrita muy bonito. Una literatura fotogénica que tiene muy orgulloso al gobierno en turno.

La obra de Da Jandra corre por otros ríos. Su narrativa, que no elude lo cósmico y lo alegórico, podría comprenderse como una serie de econovelas, donde detonan dramas cósmicos que encarnan en una crisis de lugar natural y relaciones humanas.

Esta econovelística es de índole ontológica, extiende la tradición de la filosofía de lo mexicano. Da Jandra es un autor como ningún otro, que vivió dos décadas en la reserva natural de Huatulco, hasta que los conflictos ecocidas lo obligaron a mudarse a Oaxaca.

Si las aguas de la literatura mexicana se aclarasen, las novelas de Da Jandra se colocarían en un lugar más visible. Desgraciadamente, aunque en unas décadas las aguas podrían aclararse, quién sabe si habrá agua para entonces.

De todos modos, los libros de Da Jandra son un subsuelo literario, alterno, excéntrico, que persistirá para quien sepa comprenderlo. Una clave: Leonardo no es el autor de estos libros. Él es uno de sus personajes. El verdadero autor de esos libros es una voz deseosa de otra política.

Mínimas es un libro suyo novedoso. Ya conocíamos sus novelas y ensayos, ahora conocemos sus ideas en breves fórmulas vivas.

19/1/14

AMIRI BARAKA (1934-2014)


Amiri Baraka —el poeta politizado— murió hace unos días. No hay nada raro en esto: el poeta politizado siempre está muriendo. 

Lo matan las familias y revistas habituales, editoriales y universidades oficiales, gobiernos y obituarios infames. Lo mata el mundo intelectual, penúltimo bastión de los valores más insoportables.

Antes llamado LeRoi Jones, nació en Newark en 1934. Junto con Langston Hughes, quizá sea el poeta afroamericano más importante.

Fue afín a los beat y luego militante del afronacionalismo y el marxismo. En el centro de las contrapoéticas norteamericanas, fue dramaturgo y sagaz pensador del blues.

Como disidente negro —en una sociedad exterminadora de disidentes negros— era mal visto. No se quedaba callado: se le llamaba “agresivo”, “polémico”, “provocador”, “farsante” y todas esas etiquetas que se aplica a quienes intranquilizan a Los Normales.

Su obra es diversa, disfrutable y revolucionaria. Tiene poemas necesarios sobre el descontento, el flujo y la sublevación.

En su poesía rige la historia, y no los sentimientos derivados de ignorarla. Baraka no hacía esa lírica escapista que tanto gusta al lector romántico, colonizado o nihilista.

De tan cerca que tiene a la música, su poesía es canto de guerra al racismo; y canto de amor a su cultura.

Baraka defendía el derecho de otro proyecto geopolítico. En una cultura que se precia de ser estandarización, su postura de afirmación afroamericana nunca fue compatible con el promedio ideológico de Norteamérica (dentro o fuera de la literatura).

En una época posmoderna en que toda identidad colectiva ha sido declarada superada por aquellos a quienes este espectro amenaza —las élites que exclusivamente se identifican con marcas comerciales—, Baraka era incesante voz de un nosotros. Por creer en el nosotros, se le veía como un bárbaro.

En español, Baraka murió sin que su obra fuese conocida más allá de los especialistas hispanoamericanos en poesía norteamericana. Así es la poesía en todo el mundo: solo la McPoesía no tiene dificultades en cruzar garitas internacionales.

Como los mejores poetas son difíciles de apreciar en toda su magnitud, no muchos quieren o pueden conocer la mejor literatura de otros sitios o lenguas.

Además, todavía vivimos en un mundo en que si es inusual que los descontentos logren identificar a sus opresores, es todavía más raro que logren identificar a sus camaradas.

Cuando Baraka leyó mi libro (traducido) en que analizo el imperialismo de Charles Olson —maestro suyo— cercanos publicaron que Baraka me respondería. Quizá ya no lo hizo.

Su reacción contra mi libro en ningún momento me molestó. Fue un honor que mi libro interesara a Baraka.

Desgraciadamente, Baraka ha muerto. Fue uno de los grandes escritores del siglo XX.

11/1/14

HISTORIA Y TEORIA DEL MICROFICCIONISTA

Súbitamente sospechó de la literatura brevísima. Decidó cotejar toda antología, artículo y decálogo indispensable.

Al analizar con lupa —debido a su mala vista— los documentos, cayó en cuenta que algo siniestro se cometía con estas miniaturas.

Como generaciones previas, él escribía minificción para hacer literatura menor, escapista, periférica. Pero ahora su lente autocrítico le revelaba que la microficción había sido tomada.

¡Cumplióse la profecía monterrósica! Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. El dinosaurio = la Gran Tradición.

La microficción surgió de forasteros, aforistas, ensayemas, ocios, provincias, sobras, azares. Pero pronto los cartógrafos comprendieron que conectar tales textos dispersos trazaba el mapa de la República de las Letras.

La literatura brevísima es ángel de la guarda y rama de la Gran Literatura Nacional. ¡La esencial heterogeneidad de la microficción ha sido destruida!

Desesperado, entonces, supo que las 15 minificciones que son escritas cada hora representan la multitudinaria ambición de entrar a la Literatura Mayor por la puerta chica.

Asimismo consideró si acaso el original separatismo verdaderamente existió. Al leer de cerca cada texto del pasado microliterario, en realidad, todo ese archipiélago de soledades poseía la forma característica —estilo, ironía, destilación, justa medida— de la estética canónica desde allende Sirvengüenza y Góngora.

El género condensado que por largo tiempo creyó ajeno a la tradición se le mostraba ahora como aquel que mejor decantaba la tinta oficial.

Obedeciendo su doctrina anarquista, decidió ya no escribir minificciones. Pero con cada pensamiento, recaía. Debía urdir otra táctica tránsfuga.

Una tarde se dio por vencido, y de un puñetazo la lupa se hizo añicos. Al verlos, tuvo una epifanía: para evitar que sus microficciones fueran absorbidas por el sistema bastaba que fueran tan pequeñas que ni siquiera con microscopio pudieran ser leídas y asimiladas.

Pronto terminó su nueva obra. Se trataba de un libro de puras hojas en blanco; sus 52 nuevas microficciones eran tan minúsculas que medían menos de una letra. Eran invisibles. Los críticos no podrían hacer nada con ellas.

Para evitar la labor institucional de correctores y editores comerciales, federales o independientes, él mismo hizo los ejemplares, y los envió a los especialistas. Al poco tiempo, recibió su dictamen.

Unánimes —antologadores, académicos, críticos y microficcionistas— juzgaron que aquello no formaba parte del Republicano Rompecabezas Libre y Letrado porque, en suma, “no eran siquiera textos”.

Lloró de orgasmo, ¡consiguió escapar del Macrorrelato de la Microficción!

Meses después, una noticia llegó. Ciertos historiadores lo felicitaban por haber dado a luz al nuevo miembro de la benemérita Tradición del Libro de Artista.

(To be continued...)

4/1/14

EL LIBRO INTERNACIONAL DEL 2013

Un libro especialmente relevante en el 2013 internacional: The Bourgeois. Between History and Literature (Verso) de Franco Moretti.

Según el Manifiesto de Marx y Engels, el comunismo solo puede partir de los logros de la burguesía, que quizá pueden definirse como una profanación y desencantamiento de todas las prácticas.

Lo burgués: lo prosaico. Moretti escribe: “el burgués se revela como más capaz de ejercer poder dentro de la esfera económica que capaz de establecer una presencia política y formular una cultura general”.

Las preguntas que atraviesan el libro de Moretti son, entonces, ¿qué es lo burgués? ¿Dónde reconocerlo?

“Las historias y lo estilos, ahí es donde encuentro lo burgués... La regularidad — no el desequilibrio— fue la gran invención narrativa de Europa burguesa”, escribe.

Según Moretti, lo burgués es la posesión de claridad intelectual y comercial y, en general, claridad de metas (aunque nunca heroicas).

La aristocracia se idealizó a sí misma; la burguesía, en cambio, se caracterizó por su color gris.

El libro de Moretti, enciclopédico y sucinto, salta de Machado a Balzac, de Pérez Galdós a Giovanni Verga, de Dostoievsky a Ibsen, para concluir que el único heroísmo de la burguesía fue su prosa literaria.

¿Qué fue, entonces, lo burgués, según Moretti? Sobre todo, la prosa analítica. La prosa como polémica racional, la prosa que comprende el engaño de las metáforas y lo deja atrás, como una mujer —dice— que se desengaña de un varón y lo abandona.

La conclusión de Moretti —consciente de la indispensable ironía— es que lo burgués ha desaparecido, pero su existencia consistió en una voluntad de honestidad. Según Moretti, la figura del burgués fue gris, casi indistinta, pero si queremos comprenderla, antes de sepultarla por completo, debemos reconocer que su gran legado es su prosa.

La prosa burguesa —he aquí el grave problema— es la prosa de la novela del siglo XX todavía; la prosa de la crítica literaria, el periodismo, la psicología, la filosofía y la academia.

El libro de Moretti es relativamente breve, sencillo, prácticamente burgués (y esta paradoja no pudo escapársele a Moretti).

Lo burgués: lo “realista”, lo práctico, en suma, literalmente lo prosaico.

En el 2013, Verso publicó otro libro de Moretti: Distant Reading, que merece comentario aparte, aunque, a pesar de lo aparente, posee menos implicaciones que The Bourgeois, cuya forma y conclusiones son devastadoras para muchas áreas donde lo burgués, a pesar de ya ser un espectro (o precisamente debido a ello) rige.

La obra de Moretti atraviesa una transición. Estos dos libros recientes lo manifiestan y lo marcan como unos de los pensadores más interesantes del periodo presente.

No perdamos de vista a Moretti.