Ignacio Sánchez Prado contestó a mi columna de esta semana, con la velocidad e inteligencia que lo caracteriza. Su comentario puede leerse aquí:
http://ignaciosanchezprado.blogspot.com/2012/11/un-comentario-agradecido-la-columna-de.html
Me gustaría comenzar diciendo que al mencionar que es académico no estoy deplorando esa posición; al contrario, la aprecio por lo que tiene de rigurosa e innovadora.
Lo he dicho ya varias veces, creo que la academia tiene componentes sociales relevantes (no todos, por supuesto, y eso me preocupa bastante). Yo mismo llevo más de una década trabajando en la academia mexicana, donde trabajamos con muchas desventajas, y en el presente estoy en un doctorado, al que decidí entrar para finalizar este aspecto académico de mi trabajo cotidiano y escritural.
Pero precisamente porque lo académico no me es ajeno es que constantemente lo (auto)critico, deconstruyo y analizo. Y lo que dije sobre cierta domesticación en ciertos lugares de la prosa y pensamiento de Sánchez Prado lo señalo también como cierto guiño a lo que él mismo dice en su artículo sobre la domesticación que el FONCA impone a una generación de narradores mexicanos, es decir, la academia es una institución que también se hace presente en la prosa, en los giros del pensamiento, y no siempre lo hace de modo positivo. Principalmente creo que cierta academia norteamericana facilita ocultar la política conservadora o neoliberal que fundamenta una buena parte de sus prácticas.
El tema del discurso académico es algo que seguiré explorando. Lo trataré de hacer en mi columna en
Laberinto, que siempre me ha interesado usar como una plataforma de cruces de campos. Para informar al lector mexicano y en Internet (donde la columna tiene se difunde en su versión electrónica y, por cierto, después de su aparición en semana, sigue circulando en la red). Por ahora me gustaría comentar que me parece clave no perder de vista el trabajo académico de autores/investigadores como Sánchez Prado; sin el seguimiento de este aspecto de la discusión sobre la cultura y la literatura, la comunidad interesada en la literatura en Latinoamérica está perdiendo información.
Hay muchísimo que decir al respecto y, desgraciadamente para mí, por la brevedad de mi intervención semanal, no puedo sino dosificar. Semana a semana elijo tocar un solo punto, y con la extensión posible, que por el periodismo siempre es insuficiente y, a la vez, una excelente oportunidad.
Entonces, lo que quiero señalar por ahora es que Sánchez Prado es un signo de un fenómeno más grande, y, como decía, eso pienso tocarlo pronto en mi columna.
Sánchez Prado alega que hay una matriz liberal. Tiene razón, por supuesto, sólo que yo agregaría que
esa matriz liberal es ideológica. La política mexicana generalizada (sin ser matriz, sino más bien hegemonía, en un sentido cercano al gramsciano) es neoconservadora.
Si hay una matriz en la cultura política, ciertamente, no es el liberalismo sino el catolicismo.
Ese catolicismo ya remanente en algunos casos; en otros, muy frontal, provoca una escisión, debido a que este catolicismo convive con un discurso post-revolucionario que no es capaz de terminar de aceptar su convivencia con los valores católicos y, por ende, mantiene una relación ambivalente. Por un lado, hay una necesidad de adhesión "cívica" liberal (puramente ideológica, es decir, enturbiadora de la práctica social real, efectiva) y, por otro lado, prácticas populistas o directamente capitalistas teñidas de valores conservadores que no quieren decir su nombre. El PRI es la base institucional de este conservadurismo. No hay necesidad de hablar del PAN y su claro vínculo con esta tendencia, y cada vez menos de la izquierda (PRD y AMLO) como fuerzas que beben de los valores conservadores, de ahí, la incongruencia de nuestra izquierda fuertemente cristiana. El regreso del PRI es el regreso de esta ambivalencia, de nuestra incapacidad de resolverla, por ahora.
Entonces, Sánchez Prado localiza componentes liberales, pero al analizarlos atómicamente, sin otros componentes de la molécula, corre el riesgo de abstraerlos, y perder de vista la fórmula de la cultura política mexicana, de muchas de sus versiones.
Casi diría que los componentes conservadores del pensamiento de Sánchez Prado aparecen, sobre todo, en omisiones. Omisión de contextos desde los cuales se hacen los
speech acts liberales mexicanos; omisiones de componentes no-liberales de esas prácticas y discursos; omisiones de señalar con la misma dureza y análisis los actores de derecha, derecha-moderada, ex-izquierda o "centro-derecha" o "demócratas" que comenta con menos ahínco que la izquierda, su blanco favorito. Que critique a la izquierda me parece estupendo, yo mismo lo hago cada vez que tengo ocasión de poder hacerlo, pero como críticos (desde el periodismo, la academia, la literatura, etcétera) realizar la crítica al centro/derecha/ultraderecha es quizá más necesario, debido a que los poderes institucionales están en sus manos.
Ahora, no digo que Sánchez Prado no critique a centro/derecha/ultraderecha, sino que a veces lo hace de modo más sutil, omite los giros retóricos que utiliza en su crítica a la izquierda, de modo que su subversión crítica de estos actores queda más cifrada, y es menos protagónica, menos clara acerca de las aporías involucradas, por así decirlo, menos accesible, en más de un sentido. Y esta menor accesibilidad también dice algo acerca del discurso y su política.
Sánchez Prado tiene razón cuando habla de una falta de política radical. Pero, como dije en el breve texto publicado esta semana en
Laberinto, Milenio, no estoy seguro que hacia allá apunte su pensamiento actual. De hecho, y arriesgo equivocarme podría decir que quizá él mismo no está seguro. Pero observo una tendencia a descreer en la posibilidad radical, es decir, en la posibilidad de lograr salir de esa "matriz". Y ahí es donde entramos en el peligro de regresar al PRI.
Lo decía hace un par de semanas: notemos el gusto que les da a los comentaristas políticos y culturales los fallos o gestos equívocos del movimiento 132; nótese el discurso condescendiente, con que se les ve como "muchachos" cuya "pseudo-rebeldía" terminará integrándose al sistema o revelándose como boba o inútil. Eso no ha cambiado en México no desde el 68, sino desde mucho antes.
Por eso podemos leer la incoherencia de ex miembros de la izquierda hoy convertidos en comentaristas neoconservadoras en más de un diario o revista.
Sánchez Prado, sin embargo, es mucho más inteligente que ese perfil literario/cultural mexicano. Pero coquetea con el modelo. Y un peligro aparece con su obra: el hecho de tratarse de un corpus académico, que podría crear la sensación de objetividad, y con ello de naturalizar esa mirada.
La incredulidad acerca de la posibilidad o efectividad de una política radical es un componente clave del régimen de valores alimentado por el PRI en el siglo XX mexicano, por su práctica social real. Por lo tanto, debemos cuidarnos de caer en esa inercia, de imponer esa mirada y deslavar la política radical mexicana, ante la cual estamos educados (o sobre-educados) para desaparecerla, para no percibirla o matizarla desde una ideología civíco-liberal que va a la par de una práctica social conservadora.
La obra de Sánchez Prado está (como todas) en construcción. Los componentes neoconservadores de su pensamiento (que son eso, componentes, y, por cierto, no necesariamente los principales, porque en su pensamiento también hay componentes radicales operando). Mi texto probablemente es sólo una invitación a poner sobre la mesa esos componentes y evitar que tomen control del giro final de su proyecto y, a la vez, su pensamiento es una invitación para muchos (me incluyo) a seguir trabajando la construcción de una política radical, a seguir desalojando la ideología liberal de la cultura política en México, y construir otro proyecto, otras prácticas.
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Otros puntos que quiero tocar:
En su réplica, Sánchez
Prado dice que no valoro demasiado a Zizek. Debo escribir algún día un
análisis completo de este filósofo-psicoanalista, pero mientras tanto
recordaré esto:
http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/8925520
Sánchez
Prado dice que el uso del término que hago esta semana proviene de John
Beverley, tiene razón en la medida que he seguido su discusión, junto a
otras, pero el término lo tomo más bien de la discusión política
mediática en Estados Unidos desde hace varios años, sobre todo, del uso
coloquial "neocon".
Pero el uso de Beverley me parece interesante por su precisión. Su texto puede leerse aquí: "El giro neoconservador en la crítica literaria y cultural latinoamericana"
http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=105116595013 ).
Como
decía, mi uso del término es más general. El año pasado publiqué este
texto: "El último neoconservador" que quizá muestre algo más de lo que
quiero decir con este término:
http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/8914331