En un evento reciente, un prominente crítico
literario latinoamericano decía: “Dejemos la teoría y volvamos a la belleza”.
Pedía dejar de analizar para simplemente gozar lo bello de la literatura y el
arte.
Esa petición no se podía hacer hace cuatro décadas, cuando la teoría internacional estaba en un gran momento. Muertos prácticamente todos esos teóricos, hoy crece el giro neoconservador en la academia y, por supuesto, entre los nuevos escritores, que más que reflejar el resurgimiento global de la izquierda resguardan el conservadurismo de las élites, editoriales y gobiernos que los promueven.
¿Por qué este llamado a regresar a la “belleza” se está haciendo tan repetitivo en el mundo intelectual?
La respuesta corta es que la teoría descubrió demasiado acerca de lo estético; en síntesis, mostró que lo artístico es reaccionario. Los norteamericanos se asustaron y están usando su poder para retornar al viejo modelo del arte con la ayuda de los colonizados.
Otra forma de responder es que una parte del mundo cultural desea recuperar la experiencia “estética” porque prefiere no darse cuenta que sentimos que algo es bello debido a un efecto psicológico.
El objeto o imagen que nos produce la sensación de belleza —ligera o intensa— alude inconscientemente a una experiencia que no hemos podido asimilar o experimentar debidamente. Ante Cristo, una joya o una “obra de arte” podemos sentir atracción, deseo de posesión o incluso misticismo: son símbolos de piezas faltantes de nuestro ser.
No obstante, el arte no llena ese hueco sino que eleva a carácter mágico la visión del mundo resultante de padecer la laguna.
El “misterio” de la obra de arte es un fenómeno psicológico.
Tradicionalmente, el arte provoca una reacción psicodinámica mayormente vinculada a regresiones. Nos conmueven libros, canciones, películas u obras de arte que le muestran al cerebro alusiones veladas a nuestra forma inconsciente de ver al mundo.
El arte engalana las fantasías humanas, dotándolas de una falsa realidad. El arte da a los adultos lo que los cuentos de hadas a los niños: preciosas mentiras, amuletos del autoengaño.
Digamos, una educación machista (inconsciente) experimentará como “bellas” obras donde el poder masculino sea mitificado o lo femenino posea un rol de objeto, pero sin que esto sea evidente sino “poetizado”; representado como un orden sobrenatural, excepcional, “distinto”.
Estamos en una encrucijada. La alternativa es dar marcha atrás, volver a los entendidos estéticos del pasado, olvidar lo que aprendimos; o tolerar las consecuencias de haber descubierto demasiado, demasiado pronto.
Si la teoría continúa desencantará toda la ilusión que alguna vez tuvo la religión del arte.
Pero quizá la teoría no continúe. Quizá caigamos dormidos de nuevo, y nos proteja el dulce sueño de lo bello.