16/12/12

LA CIUDAD LETRADA NO QUIERE MORIR


Una lista de los libros de crítica que han hecho una aportación clave en Latinoamérica tendría que incluir La ciudad letrada de Ángel Rama, una crítica al “grupo letrado” que se formó en la Colonia y continúa hasta nuestros días.

Rama se refería a los religiosos, educadores, escritores, intelectuales, todos aquellos encargados de manejar la pluma, los “dueños de la letra”.

Decía Rama: “No solo sirven a un poder, sino que también son dueños de un poder”. La semana pasada que criticaba la concepción elitista, “civilizatoria” de Vargas Llosa al contraponer la “Ciudadela de los Libros” contra la “barbarie”, lancé un guiño de ojo para recordar lo dicho por Rama y otros sobre la “Ciudad Letrada”.

La “Ciudad Letrada” comenzó en la Colonia y sobrevivió después de la Independencia. Su función era mediar entre el poder gubernamental y el populacho a través de la escritura “leal”. Además, alabar la Bella Forma, por ejemplo, trazando una división clara entre la escritura y el habla vulgar, “cuya libertad —anota Rama— identificó con corrupción, ignorancia, barbarismo”.

En México, La ciudad letrada es una crítica tajante que se gusta olvidar, descalificar e ignorar. Quizá porque el propio grupo letrado aquí, con toda pompa, se denomina “República de las Letras”.

Cada vez que escucho o leo esta expresión no puedo evitar pensar en el libro de Rama, una crítica devastadora como pocas.

Hasta la fecha, y sin que parezca preocuparles esta continuidad, muchos escritores y escritoras en México continúan la Ciudad Letrada. Digamos, constantemente defienden la lengua escrita contra el “desorden” del habla popular, y escriben airadamente contra los intentos de escribir libros que de algún modo reflejen la miseria y el analfabetismo, porque según esta postura elitista, colonizada, escribir literariamente debe significar darle la espalda al “caos”, no mezclar la bella letra con la calle puerca.

Lo peor de esta situación es que entre las escritoras y los escritores jóvenes es donde actualmente más se siente la vigencia orgullosa de los valores caducos de la Ciudad Letrada.

Quizá lo que vendrá obligará a una ruptura entre esta concepción reinante y una concepción más “bárbara”, socialmente consciente, autocrítica, una literatura ética en México.

Por ahora, sin embargo, esto es una utopía. La Ciudad Letrada se extiende, y con el regreso del PRI, seguramente, se fortalecerá.

El libro de Rama —no obstante algunos problemas (creo yo, algunas condescendencias que todavía tuvo con la escritura literaria)— es un buen testimonio y diagnóstico de un problema vivo. El problema de si la letra seguirá ignorando y hasta defendiendo la desigualdad y la mentira embellecida, o si, en algún momento, la letra será parte de un cambio de modelo social.