3/5/13

DERRIDA EN OTRA GUERRA FRÍA

Creo saber porqué a muchos les resulta odioso (y cada vez más) Jacques Derrida.

Hay una razón geopolítica. Derrida era un pensador francés y este mundo, casi norteamericano. Los norteamericanos no lograron crear un pensador de esa talla. En el agón que es pensar, Derrida murió invicto. 

Ahora desean desaparecerlo del mapa.

Derrida escribía de modo complejo. Esto molesta. Nuestra época siente que todo debe ser “accesible” y Fast–food. Si algo es difícil, el lector promedio se ofende. Y afirma que el problema no lo tiene él sino Derrida.

Derrida usaba neologismos y jerga. Ante una diferencia al escribir o hablar, el menor desvío en una letra, vocablo, fraseología o sintaxis, muchos se exasperan. Somos cuadrados.

Probablemente hay pocos lectores propensos a la lupa. Leer no para “entender” un texto sino para interpretarlo.

Muchas personas dicen de la prosa de Derrida: “no se le entiende”. Podrían decir “no logro entenderlo”. El ego odia a Derrida.

Otro motivo por el cual Derrida es detestado: sus textos interpelan casi todo comentario. Y pueden generar interminables comentarios. Todo esto desespera a demasiados.

Pero, sobre todo, Derrida es rechazado porque es radical. La obra derridiana implica abandonar multitud de certezas de la antigüedad, medievo, modernidad y post–modernidad. Derrida era un terrorista de la teoría y nosotros una época que quiere Seguridad.

Las generaciones más jóvenes tienen una fuerte tendencia a “recuperar” todo lo que Derrida dinamita: Dios, la voz lírica, el liberalismo, la Razón, la comunicabilidad.

Derrida inquieta tanto que desde hace años aparecen libros que buscan domesticar y empaquetarlo hasta creerlo compatible con el mercado de ideas reaccionarias.

Derrida desarrolló la desconstrucción, que consiste en poner a flote todo lo que el lenguaje puede decir de sí mismo. Esto es peligroso.

Hemos pasado de la desconstrucción al denial.

Derrida exige una lectura autocrítica que pueda decir a cada momento: ¿qué quiere decir esto? Y resolverlo. O no resolverlo y seguir atenta. Leer como escuchar y sospecharlo todo. Pero en el mundo post–9–11, sospechar te hace sospechoso.

Para TV y CIA, revistas y universidades, “radical” es una palabra condenada. Derrida era un radical. Esto no lo toleran las instituciones, sobre todo, las mentales.

Quizá muchos de los libros que no hemos leído en las últimas décadas son de Freud, Heidegger y Derrida.

Y muchos lectores profesionales —autores, profesores, humanistas— mantendrán su renuencia a Derrida, y disuadirán a otros de leerlo, aprovechando que los mejores soldados del imperio son ciertos atavismos globales de lectura.

Pero vivir este siglo y no conocer la obra de Derrida implica un grave error ético, y un error geopolítico descomunal.

Otra guerra fría continúa. Una guerra para enfriar la teoría.