15/2/14

UNA COLUMNA DEL 2011: FEDERICO CAMPBELL


Federico Campbell murió hoy sábado 15 de febrero. En el 2011, publiqué esta columna en Laberinto. La copio aquí para recordarlo. Agradezco a este blog haber conservado la nota en línea.

Tijuana: amor-odio por Campbell

1/Octubre/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

Recientemente Federico Campbell recibió un par de homenajes. Uno en DF y antes en Tijuana. Pocos conocen la difícil relación entre Campbell y Tijuana.

A partir de los ochenta, la consigna de la literatura de Tijuana fue no migrar al centro. No hospedarse en la literatura mexicana; la apuesta: crear un micro-clima: Tijuana como Literatura Temporal Autónoma.

Literatura con un cuarto propio.

Campbell había escrito un libro precursor: Tijuanenses.

Pero Campbell había migrado. Y aunque en el centro se le vinculaba por temática y biografía con Tijuana, una generación fronteriza rompió con su obra.

Campbell lo comprendió. Y lo sufrió.

En el centro se le llamaba escritor de Tijuana y en Tijuana, escritor de la Ciudad de México.

Campbell fue un puente entre la literatura mexicana—creada realmente hasta finales del siglo XIX— y la literatura de Tijuana —creciente en los setenta y quizá hoy ya finalizada—; ese puente es un cruce extraño.

Campbell vio venir la desaparición del Estado y la fragmentación de la experiencia nacional. Ser y no-ser parte de la literatura de Tijuana —bedroom music— también vaticinó que todos nosotros veríamos desaparecer esa micro-matria.

Como J.M. Espinasa precisaba aquí la semana pasada, el padre es tema central en Campbell. Curiosamente, Campbell fue objeto de parricidio en Tijuana.

Freud y Bloom son inexactos. El parricidio no es inevitable. Pero en memorias mezcladas con violencia, se inventan padres con tal de poder cometer asesinatos.

Por tres décadas, un núcleo de la literatura de Tijuana rompió con Campbell o fingió desinterés.

Nosotros alegábamos que la Tijuana de Campbell ya no existía y era necesario narrar nuestra Tijuana. No desde la memoria sino desde sus calles.

Esas calles, poco después, se desvanecieron.

En secreto lo leíamos y, evidentemente, deseábamos lo mismo que él: atrapar a Tijuana en un libro. O en unas páginas. Unos párrafos. Unas líneas. Un instante.

No era “Tijuana” lo que queríamos atrapar. Era lo efímero de la existencia, el cruce de caminos, la disolución de fronteras, el devenir del hombre separado y, a la vez, del hombre buscando la clave de todo encuentro. Escribir para reconocer que en tu propia vida está el Aleph.

Y no encontrarlo.

Cuando se le hizo el homenaje en Tijuana, yo pude ver que Campbell sintió que el momento de la reconciliación había llegado.

Conmovía escucharlo esa noche. Para ese escritor, acaecía un reencuentro.

Y nadie iba a recordar en voz alta el secreto de recámara: la literatura de Tijuana y Campbell habían vivido la mayor parte de su vida separados.

Imposible narrar la re-unión simbólica de un escritor y una ciudad. Sólo consignaré que Campbell decidió sellar la reconciliación hablando inglés.

Como Tijuana solía hacerlo en la intimidad.