2/5/14

BORGES, LAS GALLINAS E INTERNET

María Kodama, viuda de Borges, denunció a Taringa!, Twitter y Facebook por distribuirlo ilegalmente.

Borges depuró su obra al mínimo perfecto. Para compilar el tomo de sus Obras Completas (Emecé, 1974) Borges desechó cientos de páginas: olvidó.

Pero no existe el olvido. Cuando Borges murió, todo lo que él desechó fue reciclado por su viuda. Gravísimo error ético y estético.

Y —como un folleto en el suelo de una multitudinaria Feria del Libro— se pisoteó el derecho de Borges a decidir orden, dimensión y forma final de su propia obra.

Kodama ahora denuncia a otros por no respetar a Borges. Qué cinismo.

Hay otra paradoja: Borges parece haber prefigurado las bifurcaciones y apropiaciones de Internet. Sus relatos parecen aludir a los espacio-tiempos virtuales, los juegos de identidad y aun la piratería ciberreal.

¿Qué diría Borges de Internet? Por su ceguera, nunca podría conocerlo. Solo imaginar a Borges intentando visualizar a Internet resulta kafkeano.

Ya muerto, sin embargo, Borges anda a la deriva en la Red, a modo de escaneos, pdfs, laberintos de links, jpgs, citas y erratas.

Kodama debería prohibir no solo la distribución de Borges que no se le paga sino toda reproducción electrónica, que a Borges hubiera parecido atroz.

Borges anhelaba pervivir como el huésped de una biblioteca. Todo otro lugar era un borrador o algo ajeno a la Literatura.

Borges, aristocrático, hubiera juzgado a Internet como desordenado, y barbarie casi sin valentía. Le hubiera resultado vulgar, inclusive, ver veinte ejemplares idénticos de un libro suyo. Si no vulgar: abominable.

En 1946, Borges era bibliotecario y Perón lo nombró “inspector de gallinas”.

Fue la humillación de un gobernante a uno de sus burócratas snobs.

En 2014, Kodama nuevamente ha humillado a Borges, reasignándole el puesto de inspector de gallinas. No exagero. Considérese lo gallináceo y considérese Facebook. Son indistinguibles.

Si alguien quisiera salvar a Borges de lo inmundo posmoderno (y de no ser puramente especular) no tendría que fijar tarifas en el Gran Corral sino suspender toda nueva impresión.

Habría que dejar que Internet destroce a Borges como desee, pero poner al libro en huelga, para enfatizar la desemejanza.

Y evidenciar que el del Funes(to) Internet no es más que un falso Borges.

Eso no sucederá. Borges ha sido ya arruinado. Esta época le ha negado incluso la dignidad de permanecer como libro, sobre todo, ese libro íntimo y medido que él quiso ser.

Borges devino copyright o, peor aún, un inspector de código de barras, tocando la puerta de cada website, link, bot, comment y tweet para, con sus ojos muertos y manos zombies, tentalear el respectivo bulto virtual y averiguar si ahí ha sido duplicado sin autorización y, en dado caso, levantar un acta en su calidad de inspector.

Perón ganó.