"Archivo Hache" es mi columna semanal en el suplemento cultural Laberinto del diario mexicano Milenio. La siguiente columna se publicó el sábado 14 de marzo de 2015.
LA FOTO COMO POLICIA DEL ARTE
La relación entre el escritor y la fotografía solía ser retrospectiva; conocíamos a un escritor consagrado o muerto por sus viejas fotografías; Internet modificó drásticamente esa relación y hoy conocemos antes las fotografías y luego (quizá) la obra literaria de los escritores.
Grave problema: la fotografía es la Gran Normalizadora, y la fotogenia es la prueba de que todo está OK: amas, gozas, trabajas, consumes, descansas, existes, luces, vendes obedeciendo cada cláusula del contrato social.
Un retrato es siempre la certificación de una obediencia al control; la policía incrustada en la retina. El cambio de la relación entre literatura y fotografía ha resultado en otro factor más de la normalización del escritor, que caracteriza a esta época de las artes verbales.
Nótese, por ejemplo, la función de la foto en el experimentalismo: la escritura puede querer no ser comunicativa, eludir el realismo y la lectura-pasiva; pero la persona que escribe experimentalmente, en cambio, desea ser reconocible, real, transparente, presente, comunicable, familiar gracias a sus fotos.
Esta es la gran incongruencia del experimentalismo y toda literatura actual. Su adicción a la fotografía muestra su entrega al capital.
La fotografía ha hecho más comercial a la literatura comercial y más aceptable a la literatura experimental.
Hoy ser escritor es aparecer en fotografías. Si hay un anuncio de una lectura, libro o evento veremos una fotografía del escritor. Participar en lo literario es aparecer en una fotografía.
El libro importa menos; los géneros centrales son álbum y pic.
La fotografía es el arte más reaccionario de nuestro tiempo; está, por lo menos, 100 años detrás del arte contemporáneo. Sin embargo, el arte contemporáneo depende del padrinazgo del retrato.
El escritor mediante la foto se vuelve una “personalidad”; el texto es apenas el producto vendido por la “celebridad”.
Si bien el libro está en crisis, la figura del escritor, en cambio, aumentó en relevancia.
No es azar que tengamos ya escritores que no escriben y sean célebres en el espectáculo de las Humanidades.
Hemos llegado al momento en que ninguna innovación radical de la forma artística sucederá si no hay una crítica radical del espectáculo.
La falta de radicalidad del presente momento literario, teórico y artístico, en general, es evidenciada por la naturalización de la foto como carta de presentación del autor.
La fotografía es el pilar del espectáculo. Pero mediante su uso del retrato, el escritor merma la distancia, el extrañamiento del arte.
La foto es la firma del escritor con las clases en el poder y el gusto consumidor. El retrato expresa su afinidad con los dominadores y su atractivo y accesibilidad para el consumo.
Si el escritor se niega a romper el contrato fotográfico, la escritura, sin embargo, romperá su contrato con el escritor.