En la fachada del Museo de
Orsay en París, los grandes rostros (sexys) de Van Gogh y Artaud publicitaban
los últimos días de la exposición. Aquello era macabro e irónico. Inevitable
hacer fila, asistir y retorcerse.
Van Gogh / Artaud, el suicidado por la sociedad fue excesiva. No solo había medio centenar de obras de Van Gogh, sino la mirada de Artaud sobre ellas (y su propia obra visual). Los dos grandes monstruos por un puñado de euros.
Van Gogh / Artaud, el suicidado por la sociedad fue excesiva. No solo había medio centenar de obras de Van Gogh, sino la mirada de Artaud sobre ellas (y su propia obra visual). Los dos grandes monstruos por un puñado de euros.
La curaduría decidió releer a Van Gogh a través de lo que escribió Artaud. Pero al leer la exposición mediante ese mismo texto, todo cambiaba. Surgían deseos de usar una escopeta.
Según Artaud, no fue locura sino lucidez lo que rigió a Van Gogh y fue el rechazo de la sociedad lo que lo condujo al suicidio.
¿Cómo no sentir escándalo de Van Gogh y Artaud reunidos para el turismo parisino?
Los artistas genuinos son molestos a sus contemporáneos porque dan un salto técnico que impide que públicos y expertos asimilen su obra y porque sus ideas y visiones son una verdad que ciudadanos y colegas no logran soportar.
Los grandes artistas hieren las psiques gemebundas, que reaccionan ante este ataque lanzando mierda contra los artistas.
Luego esos artistas mueren. Y los envidiosos y ofendidos se pudren también, y el rechazo es sustituido, finalmente, por admiración, modas y subastas.
Retrospectivamente, quienes eran molestos y amenazantes son convertidos en joyas y nacionalismos, enriqueciendo a toda clase de museos, catálogos y patanes.
En el fondo, Artaud, por ejemplo, solo fue un agente radical para su propio tiempo. Para el nuestro es mera mercancía chic, un loco francés pre-norteamericano, un tarahumara galáctico o unas obras completas en Gallimard.
Ni Van Gogh ni Artaud deberían existir ya. Sus obras deberían auto-destruirse en defensa propia.
Aunque la sociedad no lo permitiría. Lo que antes fue amenazante hoy es un negocio redondo. Muertos los artistas, sus obras están más indefensas que nunca.
Ahora bien, ya casi no hay artistas. Prácticamente todos los que hoy simulan arte no desean diferenciarse en nada de los ciudadanos regulares; al contrario, si algo caracteriza a las artes, letras y academias de nuestro tiempo es el deseo de resultar cool y aceptable, vendible y pertinente, linkeable y likeable, adaptado y adoptable.
Hoy los artistas hacen todo lo posible para dejar claro que son personas normales. Antes eso daba náusea; hoy, seguidores.
A Van Gogh y Artaud todavía se les exhibe como a desquiciados geniales. Pero si observamos de cerca, poco a poco, incluso dejan de ser eso y se convierten, plenamente, en souvenirs y screensavers para los normales.
La oreja cortada de Van Gogh ya es un arete OK.
Pero insuficiente: necesita venir acompañado de videos de Artaud que todavía no estén en YouTube.