27/10/12

LOS PELIGROS DEL TRADUCTOR


Leer es más valioso que escribir. Pero hay una forma en que leer y escribir se viceversan: traducir. Y sus peligros.

Hablo de la traducción literaria, aquella guarda-voces, que cuida la variación y elección realizadas.

El primer peligro de traducir es traicionar lo otro (lo traducido) sin traicionar lo propio, lo mío-mismo.

Traducir en bien de lo traducible.

Arreglar, normalizar, “mejorar”. Traer al otro “corrigiéndolo”.

Si el traductor es un gran escritor, el lector lo conoce mejor. Pero no nos engañemos: la traducción no debe ser una rama de la cirugía plástica.

Traducir debe ser extrañeza. Una traducción siempre debe ser una tercera vía ante dos idiomas que se topan. Traducir debe diferir de ambos.

Si traducir las palabras y dejar la sintaxis original sería ilegible, naturalizar un autor a un idioma diferente es reducirlo a contenido e ignorar su forma (¡no suya solamente!)

Las traducciones más bellas casi siempre empobrecen esta diferencia.

La estética de la traducción (la divergencia) lucha contra la estética del estilo (la purificación).

Lo más traducible es la literatura más fácil e idiomáticamente estándar. Lo más traducible es lo menos literario.

Otro peligro radica en qué traducimos. Seamos francos (es decir, dictadores): la traducción es colonial.

¿Qué se traduce, por ejemplo, al inglés, francés o alemán? ¡La literatura hecha por los Buenos Salvajes!

Raramente una cultura (un mercado editorial) traducirá literatura extranjera que desorbite sus propios entendidos, ponga en crisis su hegemonía. Casi siempre se traduce lo que confirma los prejuicios históricos o los imaginarios coyunturales del momento político.

Generalmente no se traduce a los extranjeros insumisos sino a los extranjeros comercializables o funcionales. Traducimos lo ejemplar. Lo que sirve de ejemplo de algo que queremos hacer ver en nuestra propia cultura.

Traducir es hacer visible.

Muchas veces a costa de hacer(lo) audible.

Algunos traductores se quieren alejar de esta tradición hegemónica y buscan traducir hacia lo disonante y lo inasimilable.

Una misión del traductor es cómo traducir sin que se produzca asimilación, a sabiendas de que la asimilación es funesta.

La traducción debe mostrarnos que hay muchas formas; fracasa cuando nos hace sentir que nuestro idioma, nuestra cultura, nuestro modo lo puede todo.

La traducción debe, por el contrario, querer transmitir la sensación de estar incompletos, de ser insuficientes y, sin embargo, hacerlo sin causar la impresión de que lo extranjero nos supera, de que necesitamos convertirnos a ello.

Como puede escuchar el atento lector, traducir debe evitar lo colonial.

El traductor colonialista y el traductor colonizado. Traducir como imperialismo y traducir como autocolonialismo.

Traducir es el mayor peligro literario.

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Guillermo Parra, a menos de dos horas de aparecido el texto, ha hecho esta traducción al inglés: "The Dangers of the Translator".







21/10/12

EL GIRO NEOCONSERVADOR


Hace poco llegó a mis manos Latinoamericanism After 9/ 11 (2011) de John Beverley, Acoge artículos —intervenciones polémicas— de uno de los académicos clave del latinoamericanismo en Estados Unidos.

Hay un capítulo (“The neoconservative turn”) especialmente interesante. Lo resumiré.

Según Beverley: “Estamos en medio de una especie de ‘giro’ neoconservador en la reciente crítica cultural y literaria latinoamericana. El fenómeno es doblemente paradójico: primero, porque ocurre en el contexto de la reemergencia de la izquierda latinoamericana como una fuerza política desde el 9/ 11; segundo, porque el giro surge principalmente desde la izquierda”.

Beverley, por supuesto, no es el único o el primero en señalarlo.

Lo hemos visto desde la propia literatura. El giro, en realidad, era ya un aspecto muy visible de la academia latinoamericanista desde los noventa. Ese aspecto creció hasta volverse uno de los pulmones de la crítica y academia.

Para explicar su hipótesis, Beverley realiza una crítica del escritor guatemalteco Mario Roberto Morales; un célebre ensayo de Mabel Moraña sobre “El etnógrafo” de Borges y el libro Tiempo pasado (2005) de Beatriz Sarlo.

La brevedad del periodismo impide detallar argumentos. Baste decir que Beverley identifica al giro neoconservador con “una incomodidad con el multiculturalismo y con la políticas identitarias” y con el deseo del “regreso a la biblioteca”.

El giro neoconservador es una desconfianza de la academia política, el testimonio —todos contra Rigoberta Menchú—, el resurgimiento de la izquierda latinoamericana, el post-colonialismo y el decolonialismo —Walter Mignolo como Demonio— y, en general, con la figura del subalterno y cualquier nuevo agente cultural.

Los neoconservadores, dice Beverley, son desengañados de la izquierda, desilusionados. El giro neoconservador como nostalgia y reempleo dentro de la propia crisis del neoliberalismo.

En México, este giro neoconservador se manifiesta de modo extraño.

Beverley señala a Jorge Volpi como “reaccionario” y no deja de anotar el carácter conservador de Octavio Paz o la opción derechista de Jorge Castañeda como figura intelectual, aunque los coloca en distinto sitio que el giro neoconservador que describe.

Lo peculiar del caso mexicano es que el periodismo, la crítica literaria, la academia y la literatura mexicanas supieron mantenerse relativamente inmunes a los debates post-modernistas de los años ochenta y noventa, y en la última década han proseguido su cómodo rechazo irónico al cambio político y teórico.

Yo diría que en el caso mexicano no ha existido giro neoconservador reciente.

En México todas las esferas literarias son neoconservadoras: Letras Libres y Nexos; la contracultura y la academia; la izquierda y Conaculta.

12/10/12

CARTA A UN LECTOR DEL 2050


Amigo, era octubre y 2012: los escritores discutían en InterNeta lo que editores no permitían discutir en revistas, porque a veces ellas eran lo sospechado.

El principal debate en el mundo literario era la pelea sobre el Premio de Literatura en Lenguas Romances, de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que ese año tocó a Alfredo Bryce Echenique.

La indignación nació por líos de Bryce Echenique con plagios de artículos; unos lo decían multado (y él decía que no) por la justicia peruana, ¡vaya oxímoron!

¿Cometió plagio? No hay modo de saberlo. Entonces ni ahí ni en ningún lado se podía saber algo.

Además, una parte de los escritores que pedían revocar el premio ¡fueron rápido coro para validar una elección presidencial fraudulenta!

En parte era un desplazamiento del reclamo que muchos intelectuales no habían hecho en el terrero político.

En esos mismos días, un hijo del principal intelectual mexicano había ganado otro premio —un millón de pesotes— de la compañía Sanborn’s, y Carlos Slim el mayor millonario del planeta en la época de un México hundido en la miseria.

¿Que qué era México? Era un país pinchurriento, impune y corrupto, que ocupaba los actuales Estados Unidos de Segunda América.

Semanas antes, Pablo Raphael polemizaba la repartición de becas y ramas en la Ciudad Letrada.

Y justo meses antes el escandalazo cultural era el Premio Villaurrutia dado a Sealtiel Alatriste, al que luego renunció por puestos públicos y plagios cometidos, o no cometidos, quién sabe, porque, como te digo, en ese país ¡sepa la bola!

Su verso más popular no era ninguno de Octavio Paz, el Nobel (que le consiguió Salinas, decían, no por inmerecido, sino porque Salinas necesitaba legitimarse por el fraude de 1988, aun a través de Miss Universo de 1991, el Premio Nobel de Literatura de 1990, o Nafta en 1994).

Ah, sí, decía que el verso más popular no era de Paz sino de Jaime Sabines, el Poeta perteneciente a una familia de caciques del régimen que jodió a aquel país, y ese verso decía: “Yo no lo sé de cierto, pero supongo”.

¡Ah, cabrón, chingón el bato, pues!

Los críticos patrios creían que el verso era tan popular por ser de poema amoroso chicloso, ¿tú crees? ¡Qué va! Era popular por parecerse a la frase de un cómico llamado Capulina: “No lo , puede ser, a lo mejor, tal vez, quién sabe…”.

El verso de Sabines y la frase de Capulina —como chance toda esa cultura— aludía a que ahí no se podía saber nanais, nada de nada, na-di-ta. Su gente se tenía que hacer pen —pluma— o dejada. Unas veces pa’ no perder la vida, otras veces porque parece mentira la verdad nunca se sabe.

Entonces si en ese país casi nunca se podía saber si el presidente había ganado o qué pedo, mucho menos se podía saber si el escritor sí o no.

Así estaba la cosa, pues, en el 2012, o ve tú a saber.

5/10/12

POESIA MEXICANA 2012


Esta semana quiero escribir sobre la poesía mexicana hoy. Escribir desde el desprendimiento, desde la revisión de una epidermis perdida.

Paradoja: en la poesía mexicana hoy no hay gran ensayo.

Paz —cuyo legado es problemático—, empero, fue un poeta moderno: un poeta con prosa de ideas. A las generaciones siguientes el ensayo se les cayó de las manos. La idea perdió gravedad, vértigo, necesidad. Devino souvenir y tour.

El ser del poeta se relajó. Coloquio, falta de visión y neoclásica estafeta amiga de nichos en la República de las Letras dañaron la tensión que Paz supo construir entre su lengua y los Contemporáneos, en cuyo arco se fabricó la estrecha “tradición”.

Para colmo esa República no supo respetar los márgenes —los años setenta— que le hubieran dado oxígeno.

No hay poema largo. El poema largo exige visión. El poeta mexicano actual está anímicamente incapacitado para el aliento largo, para el viaje consumado, en que cada estación depara un propósito y una acreción.

Los mejores poetas mexicanos han compuesto con la mente. Han sido pensadores. Desde Sor Juana hasta Gorostiza. A la poesía mexicana hoy le falta mente. Oído-idea.

Otra falta: su despolitización. Los poetas post-paceanos ya no tuvieron la sensibilidad —la enervación requerida— para la pasión política. No hay sed de justicia que desee nueva música para hacer temblar los muros de la mierda política.

Como Bolaño ironizó, el poeta mexicano es microbio inofensivo, deseoso de ser amado por sus congéneres.

Contravenir no es lo suyo. El PRI domesticó su espíritu.

En los últimos días, además, escarba en donde sólo hallará otro amo.

Hay un giro hacia el posmodernismo, un intento de acercarse a la poesía norteamericana post-todo. Al conceptualismo, por ejemplo. Pero ese turismo de lo norteamericano posmoderno es acrítico. Hay collage, apropiación, documentación, etcétera, y hay también cierta literatura del trauma (sudamericanista). Ahí no hallarán sino versiones tercermundeanas de poesía entreguista. Segundas vueltas.

Deseo colonizado, resurgido en la reciente literatura mexicana en general, debido a Internet y el mercado español, al que desean llegar exhibiendo signos de una dócil transnacionalidad.

Hay una crisis en la poesía aún más grave que en la narrativa. Una falta de reflexión.

La poesía no es literatura. Pero ya no lo saben muchos. Poesía es disidencia drástica, descontento cofrade de poder de palabra densa.

Exactitud parlante, y desequilibrio pulpo, alarma que es otra gramática.

El error nucleico del poeta mexicano actual es que quiere ser un buen escritor con tal de no trastornar su ciudadanía acomodaticia. Recibe beneficios, ¿para qué poesía?

La poesía es esporádica. Radica en la espora. Hoy la espora no ha prendido vara alguna. Pero la poesía volverá. La pedirán las ciudades.

Las literaturas mueren. La poesía tiene otras tierras.