La
falta de bibliotecas públicas produce
enfermedades mentales.
Imagine el lector un área del saber llamada “Babelogía”, iniciada por los llamados “Babelogistas”.
Debido a la escasez de todo tipo de libros, especialmente libros sobre áreas como
En el Tercer Mundo esa información la tendrán unos poquísimos profesores y especialistas. Y aquí comienzan las enfermedades mentales producidas por la falta de bibliotecas públicas.
Esos expertos tercermundistas sufrirán males derivados de poseer las fuentes de un saber minoritario, esotérico.
Los jóvenes que quieran saber sobre
Serán tratadas (negativa o positivamente) como depositarios de una gnosis-secreta, casi inaccesible. Eso las enfermará de ego, avaricia, paranoia.
En el Primer Mundo, no obstante, las universidades se reirán de los expertos en Babelogía del Tercer Mundo.
Las bibliotecas del Primer Mundo poseen todas las fuentes de Babelogía imaginables: las que ya existen y las que se pueden hacer recombinándolas con fuentes afines.
Pero sólo pueden acceder a ellos unos pocos socios. A quienes se les otorga el privilegio de explotar tales fuentes.
Se harán especialistas de
Sólo que en su caso dominar
Los tercermundistas buscarán admiradores; los del Primer Mundo, no quieren siquiera lectores, para no poner en riesgo su latifundio.
Si hubiera bibliotecas públicas (impresas o electrónicas) o en cada ciudad del mundo fuera posible que cualquier persona consultara, tomara en préstamo, leyera todo lo que quisiera sobre
Finalizaría la división de clases posible por la restricción del derecho a la información.
¿El precio a pagar? Las enfermedades mentales que padecen las élites del Tercer y Primer Mundo.
¿El premio? Los bienes salidos de la especulación mágico–capitalista.
Así es como
El capitalismo exige a cada uno de sus esclavos predilectos salvar el propio pellejo.
La prueba de que