Hay una desconexión entre lo que el gobierno mexicano edita y lo que se necesita.
Si revisamos las fotocopias de los universitarios mexicanos de todo el país —en ramas de artes y humanidades— queda claro qué libros no son accesibles.
Esto no parece importar al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Lo que los funcionarios de Conaculta hacen es publicar “Buenos Libros”, es decir, una mezcla de obras de sus amigos, epígonos y precursores. Y unas pocas convocatorias.
Lo que los jóvenes necesitan —nuestros lectores más urgentes— no lo edita Conaculta, que se ocupa centralmente de hacer relaciones públicas con el presente y pretérito.
Además, ¿dónde están las convocatorias públicas y transparentes para que se decida cada uno de los libros qué publica Conaculta? ¿O acaso seguirá publicando lo que sus funcionarios elijan mediante sus gustos personales?
Cada libro que publica Conaculta es pagado por los ciudadanos; más del 50% de los cuales vive en la pobreza.
Conaculta debe hacer un estudio de qué libros requieren semestre tras semestre los estudiantes mexicanos, y fijar su programa editorial para cumplir tal demanda.
Apuesto que son principalmente compilaciones panorámicas —colecciones de muestras o secciones clave de obras creativas y analíticas— y libros clásicos, innovadores y actualizados de cada área humanística.
Los jóvenes (y profesores) que en este país —sobre todo fuera de la Ciudad de México— atraviesan licenciaturas (y posgrados) de filosofía, literatura, artes, historia, sociología —las humanidades en general— buscan en las pocas librerías que existen o, mejor dicho, mendigan títulos, que mal se ajustan a cada uno de sus cursos.
Las librerías de segunda son sus mejores aliados y, sobre todo, las fotocopiadoras e Internet.
El gobierno debe hacerse cargo de hacer accesibles los libros que los jóvenes requieren.
En lugar de becar jóvenes para apresurar libros, Conaculta debería alinear todos sus programas, y becar a los jóvenes intelectuales para que preparen —transcriban, traduzcan, revisen, digitalicen, etc.— los libros que esta sociedad necesita.
El gobierno tiene los programas de becarios, una red de librerías —la cada vez más olvidada Educal—, un vasto aparato editorial (no sólo Conaculta sino el Fondo de Cultura Económica y decenas de editoriales estatales) que podría poner al servicio directo de necesidades reales, cotidianas (no las ideológicas, simbólicas que hoy satisface).
Pero lo que elige hacer es encumbrar representantes de las élites de la Ciudad de México.
Por principio, no celebro la llegada de Ricardo Cayuela —otro más del grupo de Letras Libres— a la Dirección General de Publicaciones de Conaculta.
Se trata de otro intelectual conservador que tomará decisiones discrecionales en un país urgido de programas democráticos, sistemáticos, serios.
Viene más y más de lo mismo: reparto del poder.