Los muertos indóciles. Necroescrituras y
desapropiaciones (Tusquets, 2013) de Cristina Rivera Garza,
aborda “la escritura en su momento posconceptual y posmutante” de modo
cuestionable.
Conceptualistas norteamericanos y mutantes españoles son sus referentes centrales: “en Estados Unidos como en España... desde la poesía y la narrativa... surgieron grupos de escritores que respondieron de manera creativa... ante una revolución tecnológica”. Y suma nombres mexicanos recientes. La mezcla resulta truculenta.
Define desapropiación como escritura que “busca enfáticamente desposeerse del dominio de lo propio, configurando comunalidades de escritura” y necroescritura como “producción textual que... emerge entre máquinas de guerra y máquinas digitales... de la mano de la muerte”.
Entre panegíricos de Twitter y FB, desapropiación y necroescritura no son explicados o ejemplificados a fondo.
Para ensalzar preferencias, Rivera Garza omite a quienes realmente escriben en peligro, por ejemplo, el EZLN y el hacktivismo en los 90 o los periodistas siempre en riesgo. Casi todo lo enumerado en Los muertos indóciles es posterior, diletante, dócil.
Necroescritura es un trueque. Sale de periodistas muertos y narcoliteratura. Pero este vago neologismo tiene la ventaja de barrer lo “pasado de moda”. Lleva el agua a su propio molino.
La idea de “comunalidad” que rige al libro es redes sociales y talleres literarios. Los términos son pomposos; la radicalidad, dudosa.
El libro de Rivera Garza depende de la visión de Marjorie Perloff, abogada del experimentalismo norteamericano con toques imperialistas.
“De entre todo, tal vez sean los conceptualistas estadunidenses y los mutantes españoles los que han producido las primeras obras abiertamente citacionistas de nuestra época”. La afirmación es insostenible.
Otros apropiacionismos son ejercidos desde hace muchas décadas en muchos lugares. Privilegiar a Goldsmith y mutantes españoles es despojar a esos otros. Al hacerlo alguien con el poder de Rivera Garza, el efecto es lamentable.
Las omisiones forman un libro de cronología problemática. Por ejemplo, en esta obra sobre literatur@ digit@l, Rafa Saavedra, pionero, es mencionado (de paso) por Rivera Garza con un libro del 2002 (que ella fecha en el 2006) y otro del 2009, desdibujando que él hace y piensa todo esto desde los noventa.
Con prosa heroica y condescendiente, Rivera Garza excluye a colectivos y ciberescrituras previas, experimentales sudamericanos, fronterizos, chicanos, etc., para poner en un pedestal (tardío) a españoles, norteamericanos y menciones nacionales apropiadas.
Invisibiliza, niega, borra periferias, asunto grave en una historiadora supuestamente de márgenes.
Los muertos indóciles es
casi perfecto para sepultar las otras historias. Su apuesta es que —ante tantos
repasos de lo reciente, mucho name dropping y alto tono poético—
nadie se dará cuenta.