Amiri Baraka —el poeta
politizado— murió hace unos días. No hay nada raro en esto: el poeta politizado
siempre está muriendo.
Lo matan las familias y revistas habituales, editoriales y universidades oficiales, gobiernos y obituarios infames. Lo mata el mundo intelectual, penúltimo bastión de los valores más insoportables.
Lo matan las familias y revistas habituales, editoriales y universidades oficiales, gobiernos y obituarios infames. Lo mata el mundo intelectual, penúltimo bastión de los valores más insoportables.
Antes llamado LeRoi Jones,
nació en Newark en 1934. Junto con Langston Hughes, quizá sea el poeta
afroamericano más importante.
Fue afín a los beat y luego militante del afronacionalismo y el marxismo. En el centro de las contrapoéticas norteamericanas, fue dramaturgo y sagaz pensador del blues.
Fue afín a los beat y luego militante del afronacionalismo y el marxismo. En el centro de las contrapoéticas norteamericanas, fue dramaturgo y sagaz pensador del blues.
Como disidente negro —en una
sociedad exterminadora de disidentes negros— era mal visto. No se quedaba
callado: se le llamaba “agresivo”, “polémico”, “provocador”, “farsante” y todas
esas etiquetas que se aplica a quienes intranquilizan a Los Normales.
Su obra es diversa, disfrutable y revolucionaria. Tiene poemas necesarios sobre el descontento, el flujo y la sublevación.
En su poesía rige la historia,
y no los sentimientos derivados de ignorarla. Baraka no hacía esa lírica
escapista que tanto gusta al lector romántico, colonizado o nihilista.
De tan cerca que tiene a la música, su poesía es canto de guerra al racismo; y canto de amor a su cultura.
Baraka defendía el derecho de
otro proyecto geopolítico. En una cultura que se precia de ser estandarización,
su postura de afirmación afroamericana nunca fue compatible con el promedio
ideológico de Norteamérica (dentro o fuera de la literatura).
En una época posmoderna en que
toda identidad colectiva ha sido declarada superada por aquellos a quienes este
espectro amenaza —las élites que exclusivamente se identifican con marcas comerciales—,
Baraka era incesante voz de un nosotros. Por creer en el
nosotros, se le veía como un bárbaro.
En español, Baraka murió sin
que su obra fuese conocida más allá de los especialistas hispanoamericanos en
poesía norteamericana. Así es la poesía en todo el mundo: solo la McPoesía no tiene
dificultades en cruzar garitas internacionales.
Como los mejores poetas son
difíciles de apreciar en toda su magnitud, no muchos quieren o pueden conocer
la mejor literatura de otros sitios o lenguas.
Además, todavía vivimos en un
mundo en que si es inusual que los descontentos logren identificar a sus
opresores, es todavía más raro que logren identificar a sus camaradas.
Cuando Baraka leyó mi libro (traducido) en que analizo el imperialismo de Charles Olson —maestro suyo— cercanos publicaron que Baraka me respondería. Quizá ya no lo hizo.
Su reacción contra mi libro en ningún momento me molestó. Fue un honor que mi libro interesara a Baraka.
Desgraciadamente, Baraka ha
muerto. Fue uno de los grandes escritores del siglo XX.