11/1/14

HISTORIA Y TEORIA DEL MICROFICCIONISTA

Súbitamente sospechó de la literatura brevísima. Decidó cotejar toda antología, artículo y decálogo indispensable.

Al analizar con lupa —debido a su mala vista— los documentos, cayó en cuenta que algo siniestro se cometía con estas miniaturas.

Como generaciones previas, él escribía minificción para hacer literatura menor, escapista, periférica. Pero ahora su lente autocrítico le revelaba que la microficción había sido tomada.

¡Cumplióse la profecía monterrósica! Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. El dinosaurio = la Gran Tradición.

La microficción surgió de forasteros, aforistas, ensayemas, ocios, provincias, sobras, azares. Pero pronto los cartógrafos comprendieron que conectar tales textos dispersos trazaba el mapa de la República de las Letras.

La literatura brevísima es ángel de la guarda y rama de la Gran Literatura Nacional. ¡La esencial heterogeneidad de la microficción ha sido destruida!

Desesperado, entonces, supo que las 15 minificciones que son escritas cada hora representan la multitudinaria ambición de entrar a la Literatura Mayor por la puerta chica.

Asimismo consideró si acaso el original separatismo verdaderamente existió. Al leer de cerca cada texto del pasado microliterario, en realidad, todo ese archipiélago de soledades poseía la forma característica —estilo, ironía, destilación, justa medida— de la estética canónica desde allende Sirvengüenza y Góngora.

El género condensado que por largo tiempo creyó ajeno a la tradición se le mostraba ahora como aquel que mejor decantaba la tinta oficial.

Obedeciendo su doctrina anarquista, decidió ya no escribir minificciones. Pero con cada pensamiento, recaía. Debía urdir otra táctica tránsfuga.

Una tarde se dio por vencido, y de un puñetazo la lupa se hizo añicos. Al verlos, tuvo una epifanía: para evitar que sus microficciones fueran absorbidas por el sistema bastaba que fueran tan pequeñas que ni siquiera con microscopio pudieran ser leídas y asimiladas.

Pronto terminó su nueva obra. Se trataba de un libro de puras hojas en blanco; sus 52 nuevas microficciones eran tan minúsculas que medían menos de una letra. Eran invisibles. Los críticos no podrían hacer nada con ellas.

Para evitar la labor institucional de correctores y editores comerciales, federales o independientes, él mismo hizo los ejemplares, y los envió a los especialistas. Al poco tiempo, recibió su dictamen.

Unánimes —antologadores, académicos, críticos y microficcionistas— juzgaron que aquello no formaba parte del Republicano Rompecabezas Libre y Letrado porque, en suma, “no eran siquiera textos”.

Lloró de orgasmo, ¡consiguió escapar del Macrorrelato de la Microficción!

Meses después, una noticia llegó. Ciertos historiadores lo felicitaban por haber dado a luz al nuevo miembro de la benemérita Tradición del Libro de Artista.

(To be continued...)