Súbitamente sospechó de la
literatura brevísima. Decidó cotejar toda antología, artículo y decálogo
indispensable.
Al analizar con lupa —debido a
su mala vista— los documentos, cayó en cuenta que algo siniestro se cometía con
estas miniaturas.
Como generaciones previas, él
escribía minificción para hacer literatura menor, escapista, periférica. Pero
ahora su lente autocrítico le revelaba que la microficción había sido tomada.
¡Cumplióse la profecía monterrósica! Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. El dinosaurio = la Gran Tradición.
La microficción surgió de
forasteros, aforistas, ensayemas, ocios, provincias, sobras, azares. Pero
pronto los cartógrafos comprendieron que conectar tales textos dispersos
trazaba el mapa de la
República de las Letras.
La literatura brevísima es
ángel de la guarda y rama de la Gran Literatura Nacional. ¡La esencial
heterogeneidad de la microficción ha sido destruida!
Desesperado, entonces, supo que
las 15 minificciones que son escritas cada hora representan la multitudinaria
ambición de entrar a la
Literatura Mayor por la puerta chica.
Asimismo consideró si acaso el
original separatismo verdaderamente existió. Al leer de cerca cada texto del
pasado microliterario, en realidad, todo ese archipiélago de soledades poseía
la forma característica —estilo, ironía, destilación, justa medida— de la
estética canónica desde allende Sirvengüenza y Góngora.
El género condensado que por
largo tiempo creyó ajeno a la tradición se le mostraba ahora como aquel que
mejor decantaba la tinta oficial.
Obedeciendo su doctrina
anarquista, decidió ya no escribir minificciones. Pero con cada pensamiento,
recaía. Debía urdir otra táctica tránsfuga.
Una tarde se dio por vencido, y
de un puñetazo la lupa se hizo añicos. Al verlos, tuvo una epifanía: para
evitar que sus microficciones fueran absorbidas por el sistema bastaba que
fueran tan pequeñas que ni siquiera con microscopio pudieran ser leídas y
asimiladas.
Pronto terminó su nueva obra.
Se trataba de un libro de puras hojas en blanco; sus 52 nuevas microficciones
eran tan minúsculas que medían menos de una letra. Eran invisibles. Los
críticos no podrían hacer nada con ellas.
Para evitar la labor
institucional de correctores y editores comerciales, federales o
independientes, él mismo hizo los ejemplares, y los envió a los especialistas.
Al poco tiempo, recibió su dictamen.
Unánimes —antologadores,
académicos, críticos y microficcionistas— juzgaron que aquello no formaba parte
del Republicano Rompecabezas Libre y Letrado porque, en suma, “no eran siquiera
textos”.
Lloró de orgasmo, ¡consiguió
escapar del Macrorrelato de la
Microficción!
Meses después, una noticia
llegó. Ciertos historiadores lo felicitaban por haber dado a luz al nuevo
miembro de la benemérita Tradición del Libro de Artista.
(To be continued...)