El 22 de octubre murió Pepe Sordo, fundador de la editorial Aldvs. Su partida invita a reflexionar.
Gerardo González dirige Aldvs desde hace cinco años. Al preguntarle sobre Pepe Sordo, respondió: “Su padre fundó la Imprenta Aldina a principios de los años cuarenta. Pepe Sordo desde pequeño empezó a tomarle cariño a la impresión. Cuando su padre murió (1989), Don Pepe fundó Aldvs”.
“Don Pepe era un hombre muy culto, gran conocedor de ópera, de historia, de literatura. Tocaba el piano y era un lector maníaco. Le gustaba mucho ir al mar. Aldvs hasta hoy ha publicado 420 libros y él inventó todas las colecciones (excepto la de autores franceses)”.
En los últimos años, don Pepe sufrió una enfermedad que consumió su salud. La actual propietaria de Aldvs es Fernanda Sordo. Aldvs, por supuesto, seguirá.
Aldvs es una de las mejores editoriales independientes mexicanas. No ha recibido el apoyo ciudadano debido. Sus cientos de títulos y la gama internacional de autores la hace sobresaliente dentro y fuera del país. Aldvs apuesta por libros de calidad, aunque no tengan salida comercial.
Hace poco en Estados Unidos me preguntaban cuál era el fenómeno más importante de la literatura mexicana en el nuevo siglo. Respondí que, sin duda, no se trataba de la aparición de una obra o corriente sino de algo más interesante: el auge de editoriales pequeñas.
Sin este auge de micro-editoriales —entre las que Aldvs es protagónica— no se entendería la actual literatura mexicana.
Hay dos libros ya necesarios: una recopilación de testimonios de estos grupos y un estudio históric-analítico especializado. La partida de Sordo señala la urgencia de documentar y analizar estas historias personales y colectivas.
Se requiere registrar y explicar el rechazo de estos grupos a entender la edición como una empresa comercial. Así como pensar su compleja y agridulce relación con el Estado y los lectores.
No existiría un corpus asequible de poesía mexicana contemporánea sin la pequeña edición. Este hecho me parece tremendo, innegable y, en muchos sentidos, preocupante.
Lo mismo sucede con la traducción de obras literarias no comerciales. Las pequeñas editoriales mexicanas logran sobrevivir por apoyos del gobierno, ese mismo gobierno cuyas corruptas políticas educativas han destruido la posibilidad de la lectura en el país.
Están sucediendo demasiadas cosas en la literatura mexicana. Por eso el tipo de críticos y comentaristas que producen, por inercia, los grupos que llevan décadas monopolizando la cultura literaria deben ser reemplazados por nuevas comunidades ciudadanas que se hagan de la pluma y el teclado, el papel y la pantalla.
La siguiente prosa literaria mexicana debe ser una prosa contra ese sistema.
Esa nueva mentalidad crítica, por ejemplo, comprenderá la importancia de escribir una historia de los microcosmos personales y macrocosmos políticos de la edición independiente en México.
Venga pronto una historia de la edición alterna, minoritaria, codependiente o independiente en México, que —como lo exigen los tiempos— debe ser una historia no oficializable, una historia que no sea formada por el gobierno; una historia crítica.
Descance en paz, Pepe Sordo. Larga vida al apasionado esfuerzo de hacer libros a contracorriente.