En
sábados recientes he escrito aquí del atraso formativo e informativo de las
Humanidades en México y, a la vez, del acercamiento de cierta intelectualidad
mexicana neoconservadora a Estados Unidos.
También
he anotado que las Humanidades norteamericanas cesaron de buscar un rumbo
progresista y desde el 9–11 retroceden hacia lo neoconservador.
Hoy en
las Humanidades tenemos dos países cuyas élites tienden a coincidir en una zona
neoconservadora relativamente común.
En esa
coincidencia, sin embargo, las Humanidades en México están en desventaja:
Estados Unidos tiene mayor infraestructura y fondos.
Archivo y
mercados facilitarán, entonces, que unos neoconservadores dominen a otros
neoconservadores.
Si un
estudiante en Hermosillo, Distrito Federal o Mérida investiga un objeto de
estudio mexicano que también será investigado por un estudiante norteamericano,
hay altas probabilidades de que el norteamericano lo supere, por tener mejor
infraestructura: especialistas, transmisión express
de técnicas analíticas, acervos, becas, actualización y mejor panorama laboral
al egresar.
Los
norteamericanos saben esto muy bien y estimulan cuadros de analistas de otras
culturas y, asimismo, saben muy bien que esto incrementa (tema tabú) el subdesarrollo
de esas mismas culturas descifradas.
Miremos
este fenómeno desde distintos lugares.
Desde
México, como la información generada en Estados Unidos (sobre México) no es
difundida (a México) no ha sido fácil que su población percate que es
interpretada asimétricamente por norteamericanos.
Desde
Estados Unidos, por su parte, México es visto como trabajo de campo u objeto
de estudio, y cuyos analistas nativos están subdesarrollados técnica y
teóricamente. Presa fácil, presa doble.
Y si
vemos la situación desde ambos países, hay un déficit de interpretación, ya que
ambos países evitan llegar a la información que cuestione ambas estructuras.
En buena
medida, las Humanidades norteamericanas ocupadas de México llevan toda las de
ganar porque las mexicanas tampoco desean hacer un análisis radical de lo que
ocurre en México y/o Estados Unidos.
Si las
Humanidades norteamericanas hacen un análisis radical mostrarán que son parte
del imperialismo.
Si las
Humanidades mexicanas hacen un análisis radical tendrán que reconocer que
conservan sus premisas coloniales.
El
siguiente avance en las Humanidades ocupadas de ambos países se producirá por
grupos que hagan una (auto)crítica profunda de ambas estructuras.
Las
Humanidades en México no quieren cuestionar las premisas (tradicionalistas)
desde las que interpretan; las Humanidades en Estados Unidos están dispuestas a
cambiar de perspectiva cada década pero no a asumir sus consecuencias
políticas.
Unos
evitan mover sus bases; otros, aceptar los resultados.
De esto
se trata, de fondo, la crisis transnacional de las Humanidades.