Balcells |
En su superagencia representarán desde Shakespeare hasta el Boom y desde una larga lista de premios Nobel hasta una fila de probables esperanzados.
Recuerdo un verso de Jack Kerouac: “The Lord is my Agent” (“El Señor es mi agente”).
Kerouac era un tipo genuino, cuyo corazón fue roto por una botella y Estados Unidos. Pero también era un soberbio, ¡nada menos que dejar su carrera en manos de Dios! Sin embargo, un día en una entrevista suya supe que Kerouac no tenía a Dios como agente sino a un gringo que cobraba 10 por ciento.
No digo que Kerouac haya sido un farsante. Kerouac es quizá el escritor norteamericano más valioso después de Whitman. Pero Kerouac se volvió un alcohólico insalvable y requirió de un agente.
La conclusión fácil, entonces, sería que los agentes son necesarios o, al menos, coyunturales. Pero eso no desmiente que un escritor que requiere agente tiene miedo, American Dream o éxito.
Wylie |
La literatura es la defensa de la palabra en un lugar aparte. Hace diez años, Internet aún era ese lugar aparte. Ya no lo es. El mercado crece.
Los escritores deseamos perdurar y los agentes literarios son la encarnación del temor de los escritores.
Muchos escritores piensan que tener un agente da prestigio o futuro. Pero un agente casi siempre es mera respiración artificial.
Si Dios existiera sería el agente de los grandes escritores y no serían necesarios Balcells o Wylie.
Pero Dios probablemente no existe y la mayoría de los lectores, escritores, críticos y editores hoy son incapaces de distinguir entre un Borges y lo que quedó de Vargas Llosa, por lo tanto, “Mamá Grande” y “El Chacal” son útiles para mercadear y simular jerarquías.
Los agentes literarios existen porque el mercado no tiene criterios literarios. Ya casi nadie los tiene, comenzando por los escritores.
Debido a esta generalizada ignorancia del arte, existen lectores que no saben distinguir entre Coelho y Heidegger. Requieren que la contraportada diga qué deben sentir o pensar al leer ese producto, pero a veces no quieren leer la contraportada o entran a las librerías distraídos. Entonces, hay que ponerlo en un cintillo llamativo. O en Facebook.
Los agentes literarios son uno de los síntomas de una pérdida creciente de la capacidad de las sociedades posmodernas de distinguir cuáles son los buenos libros y los buenos escritores.
Falta olfato y, sobre todo, falta arte. Por eso los agentes literarios son una fiebre que parece importante.