Las artes y la escritura llevan siglos de
autocrítica que gradualmente las inclina al servicio del cambio social.
Sólo una visión reaccionaria cree que el gobierno forzosamente pertenece a tiranos o corporaciones y, por ende, el artista debe mantenerse apartado del Estado.
En una fase social avanzada, las artes tendrían la función de promover cambio social.
En México se ha formado —de modo ambivalente— un Estado con fuerte lazo con los agentes culturales.
Desde la derecha, se emplea y/o percibe este proceso como cooptación de los artistas y escritores mexicanos. Se decide que este lazo es inevitablemente funesto, detrimental a la supuesta autonomía de las artes. La derecha abierta y subrepticia denuncia el caso mexicano como aberrante.
Desde un rechazo al apoyo del Estado a la producción cultural —náusea alimentada por Nixon, Thatcher, Reagan y el neoliberalismo en general— se alega que el lazo de los agentes culturales mexicanos evidencia su índole reaccionaria.
Una perspectiva de izquierda, en cambio, considera que el Estado tiene la obligación de impulsar el arte, la literatura, tanto como los servicios médicos y la educación pública.
El problema no es que las artes y la literatura estén vinculadas al Estado sino que el gobierno, la sociedad y los agentes culturales han saboteado el potencial revolucionario de este lazo.
El neoliberalismo desearía que el Estado mexicano suspendiera todos sus programas culturales, y los creadores mexicanos naufragaran en un sistema educativo privatizado en que serían subempleados o en un “mercado” magro debido a la pobreza de las mayorías, que no pueden pagar productos o servicios culturales, y cuyas clases sociales en general ven con desconfianza a las estéticas progresistas.
Este es un momento crucial de las artes y las literaturas mexicanas —y la academia de las ciencias sociales y las humanidades—, para acelerar la formación de un aparato cultural integral de cambio social, que esté listo en el imaginario social y como laboratorio, y aguarde (e impulse) la llegada de un Estado socialista, que el futuro requerirá.
Con el PRI y el PAN en la presidencia —y los partidos de izquierda en una nebulosa mitad liberal, mitad populista— no hay un panorama macropolítico inmediato favorable.
Pero no perdamos de vista que la meta es que el gobierno se ponga al servicio de las artes, las artes al servicio de la sociedad y la sociedad al servicio del planeta.
Cualquier alteración de esta fórmula debe ser reparada. Y la fórmula en México siempre ha estado en desorden. Así que la lucha debe intensificarse.
Puede probarse que esta fórmula ha sido construida desde los pueblos y ciudades, los cinturones de miseria y los intelectuales mexicanos.
No abandonemos este proyecto político–cultural radical. Menos ahora que duerme y es necesario despertarlo de su propia historia.