Un libro muy audaz de esta época es Art and Agency. An
Anthropological Theory de Alfred Gell, quien murió en 1997 y un año
después nació el libro. Su tesis es que los objetos de arte son ¿casi?
personas.
“Veo al arte como un sistema de acción, que tiene la
intención de cambiar al mundo y no tanto codificar proposiciones simbólicas
acerca del mundo”, dice.
Marx solicitaba dejar de interpretar al mundo, y mejor
transformarlo.
Pero Marx veía a los sujetos humanos como los agentes del
cambio. El libro de Gell (aunque quizá no Gell mismo), en cambio, sugiere que
una revolución del mundo puede ser encabezada por los objetos.
Tal cuadro recuerda al Popol Vuh, cuando no solo
perros y piedras sino también comales y platos se sublevan contra la humanidad.
Sobra decir que las ideas de Gell son cuestionadas.
Su libro puede tomarse como una defensa especulativa de la
vida y poder (animista) de los objetos o como un estudio de los cosas como vía
por la cual los humanos se influyen unos a otros.
Los estudios visuales y de cultura material, la antropología
no–eurocéntrica y el giro ontológico de los últimos años, posibilitaron que las
ideas de Gell sigan circulando y, al menos, sean referencia frecuente de todo
un circuito de pensamiento actual.
Antes de este libro, Gell ya hablaba del arte como parte de
la tecnología del encantamiento y comparaba las trampas para animales y las
obras de arte.
Fue influido por Mauss (y su teoría sobre sociedades
primitivas que intercambian regalos para intercambiar almas y hacer guerra
recíprocas) y Peirce (el semiota que los anglosajones usan para desplazar a
Saussure). Enumero rápidamente motores de la antropología del arte de Gell.
Pero hay mucho más.
Gell es un pensador imposible de adoptar enteramente: expande
el panorama de la imaginación científica y, a la vez, muchas veces simplifica o
resuelve prematuramente. No fue tampoco un prosista consumado.
Su escritura no puede competir con prosistas posmodernos más
sofisticados. Aunque, en realidad, Gell es más innovador que Agamben, por hacer
una comparación en este periódico (o pantalla), es decir, esta cosa
que quizá facilite que un lector imagine un mundo de objetos voluntariosos.
O se tranquilice diciendo que esta cosa en donde lee esto no
es sino un medio de los humanos.
Aunque probablemente ya sabes (y no lo confieses) que tu
coche tiene una personalidad propia.
Y en tu casa y tus sueños, los objetos se te revelan y
rebelan como agentes secretos y sepas que no solo las plantas y los animales
tienen su mundo. También las imágenes y también las cosas.
Son las palabras —que nos colocan en un centro ficticio— las que han querido que no nos comuniquemos con el resto de las cosas.
Son las palabras —que nos colocan en un centro ficticio— las que han querido que no nos comuniquemos con el resto de las cosas.