“No amo mi patria. / Su fulgor
abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez
lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, / fortalezas, / una
ciudad deshecha, / gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, /
montañas / —y tres o cuatro ríos”.
Leído detenidamente, en este
anti-himno post-nacional Pacheco dice que el país no puede amarse entero, está
ya todo fragmentado. Querer a México es ya imposible —o siempre lo ha sido— y
sólo podemos querer regiones, mapas arrugados o rutas de escape.
En su caso, sólo quiere la Ciudad
de México, y quizá Veracruz o algún otro puerto hipotético, pero no a muchos
lugares —en su poema, Pacheco sólo alude a uno en concreto, la capital— y luego
dice que un puñado de ríos, y digo puñado porque seguro esos ríos ya son pura
tierra. O picaderos.
No amo a la literatura mexicana. Su
fulgor abstracto es inasible. Pero (aunque suenen mal) daría mi quincena por 10
libros variables, ciertos muertos, Internet, bosques de California, fortalezas
todas son del narco, una ciudad ensambladora, polvosa, calenturienta, varias
figuras de yeso, cerros, y tres o cuatro filas humanas.
El poema de Pacheco renuncia a
nación general y unida. Leerlo de otro modo es traicionarlo:
¡tradicionalizarlo!
Pacheco murió y no faltará crítico
exaltado o político trepando que diga que “Alta traición” —aunque más bien omitirá
el título— habla por todos los mexicanos.
Y eso no es cierto: habla desde una
ciudad (no menos, no más) de un territorio fragmentado y un Nosotros excluyente
de casi todos los infra-incluidos. Así lo escucho, así me atrae, porque ahí se oye
una voz de una ciudad lejana con millones de pobres y élites arrogantes. “Alta
traición” es un gran poema breve del Distrito Federal, una coda paracaidista a Grandeza Mexicana de Balbuena.
Pacheco y Monsiváis fueron escritores
muy marcados por esa urbe.
Pacheco no es una estatua ecuestre
de la literatura patria, no es parte de la Rotunda Ronda de los Poetas
Ilustres, petrificarlo así no sólo sería no escuchar su poema sino pisotearlo.
Leer poesía como pericos.
Pacheco dice que no hay patria,
sólo hay pedazos, y entre las memorias, cada quien junta las ruinas donde jugó
de niño —infancia es geopolítica— y donde vive, migra o caerá muerto, y eso es
todo, y todo es poco o casi nada.
Lo demás son los cuentos nacionales
y los cuentos globales, y son incompatibles con los mejores cuentos de Pacheco.
“Alta traición” y Las batallas en el desierto son dos
variantes (súcubos) de una experiencia que Pacheco decidió decir usando
lenguaje literario porque es dilema y espejismo, casi inaudible, fuerte, parte
y nos desmiente.