María Kodama, viuda de Borges, denunció a Taringa!, Twitter y
Facebook por distribuirlo ilegalmente.
Borges depuró su obra al mínimo perfecto. Para compilar el
tomo de sus Obras Completas (Emecé, 1974) Borges desechó cientos de páginas: olvidó.
Pero no existe el olvido. Cuando Borges murió, todo lo que él
desechó fue reciclado por su viuda. Gravísimo error ético y estético.
Y —como un folleto en
el suelo de una multitudinaria Feria del Libro— se pisoteó el derecho de Borges
a decidir orden, dimensión y forma final de su propia obra.
Kodama ahora denuncia a otros por no respetar a Borges. Qué
cinismo.
Hay otra paradoja: Borges parece haber prefigurado las
bifurcaciones y apropiaciones de Internet. Sus relatos parecen aludir a los
espacio-tiempos virtuales, los juegos de identidad y aun la piratería
ciberreal.
¿Qué diría Borges de Internet? Por su ceguera, nunca podría
conocerlo. Solo imaginar a Borges intentando visualizar a Internet resulta
kafkeano.
Ya muerto, sin embargo, Borges anda a la deriva en la Red, a
modo de escaneos, pdfs, laberintos de links, jpgs, citas y erratas.
Kodama debería prohibir no solo la distribución de Borges que
no se le paga sino toda reproducción electrónica, que a Borges hubiera parecido
atroz.
Borges anhelaba pervivir como el huésped de una biblioteca.
Todo otro lugar era un borrador o algo ajeno a la Literatura.
Borges, aristocrático, hubiera juzgado a Internet como
desordenado, y barbarie casi sin valentía. Le hubiera resultado vulgar,
inclusive, ver veinte ejemplares idénticos de un libro suyo. Si no vulgar:
abominable.
En 1946, Borges era bibliotecario y Perón lo nombró
“inspector de gallinas”.
Fue la humillación de un gobernante a uno de sus burócratas
snobs.
En 2014, Kodama nuevamente ha humillado a Borges,
reasignándole el puesto de inspector de gallinas. No exagero. Considérese lo
gallináceo y considérese Facebook. Son indistinguibles.
Si alguien quisiera salvar a Borges de lo inmundo posmoderno
(y de no ser puramente especular) no tendría que fijar tarifas en el Gran
Corral sino suspender toda nueva impresión.
Habría que dejar que Internet destroce a Borges como desee,
pero poner al libro en huelga, para enfatizar la desemejanza.
Y evidenciar que el del Funes(to) Internet no es más que un
falso Borges.
Eso no sucederá. Borges ha sido ya arruinado. Esta época le
ha negado incluso la dignidad de permanecer como libro, sobre todo, ese libro
íntimo y medido que él quiso ser.
Borges devino copyright o, peor aún, un inspector de código
de barras, tocando la puerta de cada website, link, bot, comment y tweet
para, con sus ojos muertos y manos zombies, tentalear el respectivo bulto
virtual y averiguar si ahí ha sido duplicado sin autorización y, en dado caso,
levantar un acta en su calidad de inspector.
Perón ganó.