1/6/12

Contra el arte no-contemporáneo


Se ha vuelto chic-bully alabar al arte tradicional y calificar de “basura” o “farsa” al arte contemporáneo; en eco a la etiqueta “arte degenerado” que le asignó Hitler.

Se alega una “pérdida”. Perder el estándar de qué es “arte” y qué no.

Los críticos extrañan el poder que tenían de hacer pasar sus gustos clasistas como criterios universales.

Critican al mercado porque desean recobrar su poder perdido.

Hay, incluso, intolerancia e incapacidad de aceptar que haya otros gustos.

¿Qué extrañan artistas y críticos conservadores? Lo que jamás aceptarán (no parecen conscientes de Ello): el arte religioso.

El arte contemporáneo no agrada mucho en México por ser arte sin aura. No “conmueve”, no provoca “éxtasis”, arrobo, wow espiritual.

En el fondo, el modelo de qué debe “provocar” una obra de arte sigue siendo la Virgen de Guadalupe.

Dicen extrañar las técnicas tradicionales pero olvidan que revivirlas implicaría un elegante refrito, no menos aburrido que los refritos propios del arte contemporáneo.

Buscan el retorno del artista genial, aquel cuyas imágenes contienen “revelaciones”.

Religión, religión y más religión que no quiere confesar su nombre.

Piden “maestros” porque no quieren desarrollar una forma propia de ver al mundo críticamente y no quieren dejar ir la idea romántica del artista como un ser “excepcional” que nos da imágenes extra-ordinarias.

Critican que el arte se democratice porque quieren que siga el dominio de los gustos europeos dentro de las sociedades dominadas.

Desean control total de la historia del arte.

Si analizamos el arte mexicano, por ejemplo, sus “grandes representantes” son en el 90% pintores (la mayoría, por cierto, varones mestizos o blancos).

Al criticar que el arte se democratice —la prole y los otros puedan llamarse artistas—buscan frenar el experimento (que no lleva aquí realmente ni veinte años) de producir una educación artística no-convencional.

No quieren que los maestros plásticos pierdan su poder.

En realidad la pugna entre el arte moderno tradicional y el arte contemporáneo es una lucha entre profesionistas y clases.

Proyectan su clasismo hacia una esfera espiritual o, al menos, no-social, que supuestamente valida que ellos reconocen o son el “gran arte” versus el arte “farsante”, “fácil” o “prostituido”.

No defiendo a ciegas lo contemporáneo. Más bien creo que lo contemporáneo no ha roto lo suficiente con los paradigmas del arte moderno, con su modelo clasista, ideológico, de sujeto y objeto de arte. Aún no hay un arte no fetichista.

Pero al menos el arte contemporáneo es el residuo del romanticismo y no, como hoy se pide en México y Estados Unidos, una vuelta flagrante a sollozar e hincarnos ante las imágenes hechas por los líderes e imitadores de las visiones clasistas de lo “bello” occidental.

No demos pasos atrás.