Desobediencia
civil electrónica
En los noventa era
joven y buscaba escapar del control. Me topé en el sur de California con un
libro que me cimbró: The Electronic
Disturbance (Autonomedia, 1994) de Critical Art Ensemble. Resistir desde
las computadoras.
“Las
reglas del juego han cambiado. La desobediencia civil ya no es lo que solía.
¿Quién está dispuesto a explorar el nuevo paradigma?... Echemos los dados. End program. Fade out”.
El
naufragio en Internet de la Generación Global parió utopías.
Los
hackers aparecían en Hollywood. Las
intenciones políticas de la naciente cibercultura eran confusas, soñadoras, ridículas.
Pero parecían más prometedoras que tomar las plazas.
Monitor
sin monitoreo, en ciernes, impalpable, el ciberactivismo ocurría desde la
alienación misma.
Era
irreal. “Virtual”. Parecía no influir en el “mundo”. Parecía mera fantasía.
“Lo
que alguna vez fue la Desobediencia Civil ahora lo es la Desobediencia Civil
Electrónica... Pelear con un poder descentralizado requiere de medios
descentralizados”.
Nomadología
de Deleuze unida a Baudrillard, Debord, Burroughs, Guattari, Atari y chats. Undergrounds estúpidas, nos decían.
Se
pronosticaba que aquellas ideas se irían de nuestra vida conforme llegásemos a
la edad adulta.
Pero
la madurez nunca llegó: llegó Blogger, MySpace, YouTube, Facebook, Twitter, una
década después. El narcisismo de las redes convivía con campañas anti-guerras del
Golfo y otras causas glocales.
En
el post-9-11 las ideas noventeras del hacktivismo se volvieron normales entre
forwards y #hashtags.
Casi
todos, aunque sea una vez, prestamos una ventana para ayudar a tumbar una página.
Los
sueños hackers se hicieron realidad. Llegaron al mainstream gracias a Wikileaks
y Anonymous.
Las
consignas utópicas de aquellos años en que Internet se caía constantemente,
pasaron a ser el comportamiento cotidiano de millones de personas con toda
clase de gadgets y Sci-Fi
personalizado.
La
World Wide Web como nueva Selva Lacandona, y Sub-Marcos como Abuelo Che.
El
ciberactivismo más elemental que se normalizó fue crear, linkear y re-direccionar información para alertar a otros.
Tumbar
webs institucionales cedió su paso en la imaginación popular a, sencillamente,
llenar huecos y desenmascarar la información parcial o el silencio de los
medios, especialmente diarios y televisoras, hoy acarrolados, de plano, a ir
contra su propia esencia —lo noticioso— para insistir, después de cada anuncio,
que nada nuevo ocurre, que las noticias
han dejado de existir. “Todo sigue igual”.
Los
nuevos medios, entonces, hoy son ensayados en redes sociales, ese gran espacio
público, caótico. Tin Tan Troll.
Las
ideas del ciberactivismo han crecido. No sólo quiere Internet. Quiere también
los medios, las calles, los gobiernos. Mañana querrá los cuerpos.
¿Quién
lo hubiera dicho?
Los
años noventa, esos “ilusos”.